miércoles, 16 de marzo de 2016

El Maestro Espejo

Durante el trimestre pasado tuve el placer de asistir a una Jornada en la Institución Libre de Enseñanza cuyo título era "La Función del Profesor: Presente y Futuro", en la cual los ponentes invitados nos dieron a conocer cada uno su particular visión del rol de un docente del Siglo XXI a través de diferentes metáforas, y nos invitaron, a su vez, a encontrar nuestra propia metáfora al respecto.

En ese momento, plasmé por escrito una frase que se me vino a la cabeza: "El maestro como un espejo en el que su alumnado se quiera reflejar", y, desde entonces, vengo dándole vueltas a esa idea y en cómo poder desarrollarla para dejarla recogida en este blog.

En resumidas cuentas, dicha idea versa en torno al hecho de que, por regla general, nuestra función ha estado siempre demasiado ligada a todo lo relacionado con la transmisión pura y dura de contenidos, así como con la creencia de que todo aprendizaje que podamos ofertar siempre tiene que tener un referente curricular. Sin embargo, a menudo nos olvidamos de todo lo relacionado con el llamado currículum oculto, que hace referencia a todos aquellos aprendizaje que somos capaces de generar en el alumnado sin el hecho de proponérnoslo como objetivo curricular en sí, pudiendo llegar a ser mucho más influyente que cualquier lección.

Por lo tanto, no sólo tenemos que preocuparnos por los contenidos que enseñamos, sino también por las sensaciones que transmitimos; es decir, todo se resume en procurar ser un buen modelo de persona, pues no sólo se trata de enseñarles, sino de inspirarles, y en esta inspiración entra en juego un factor esencial: nuestra actitud.


En palabras de Victor Küppper, nuestros conocimientos y nuestras habilidades suman, pero es nuestra actitud la que multiplica y potencia todo lo que somos y todo lo que podemos llegar a ser. Y es que no es la primera vez que hago referencia a la importancia de la actitud en este blog, pero me parece una cuestión tan básica y tan fundamental que siempre está bien presente tanto en mis textos como en mi día a día.

Así pues, lo primero a tener en cuenta para ser un buena maestro espejo es situarse a la altura y a la distancia adecuada para estar al alcance de nuestro alumnado y que así puedan verse reflejados. Para ello, antes de nada, hay que romper cualquier tipo de barrera (a veces visible, a veces invisible) que pueda interponerse entre nosotros y el alumnado, como puede ser la organización del aula y de las clases, la falta de muestras de aprecio o el distanciamiento respecto a sus temas de interés.

Sin embargo, antes de poder derribar estas posibles barreras, debemos derribar cualquier tipo de prejuicio que tengamos respecto a las mismas. Me explico: si creemos que nuestro alumnado no tiene nada que aportarnos, rara vez le daremos la oportunidad de participar o de intercambiar ideas con nosotros, o si, por ejemplo, pensamos que las cosas que a ellos les motiva en su día a día carecen de algún tipo de interés estaremos perdiendo toda una gama de posibilidades para potenciar nuestras clases y su gusto por las mismas.

En mi práctica diaria he podido comprobar como, gracias a mis gustos y aficiones por temáticas como el dibujo, la animación, la música, los cómics o los videojuegos, he podido conectar muy fácilmente con mi alumnado y acercarme a sus centros de interés. En este sentido, no digo que debamos volvernos aficionados de todos estos ámbitos quienes trabajamos en educación, pero si estar abiertos a conocer sus intereses para tenerlos a nuestro favor y, a partir de los mismos, abrirles la puerta a otros nuevos campos y a nuevos aprendizajes.

Para ello, mostrarnos abiertos y receptivos es fundamental. A veces nos perdemos explicando lecciones sobre la importancia de la democracia al tiempo que monopolizamos los discursos del aula. Dar la oportunidad a proponer temas, actividades,  a compartir impresiones, a que nos enseñen y nos expliquen ellos cosas a nosotros, genera un buen clima de aula y de centro en el que ven que su propio mundo también tiene cabida en nuestras clases y no debe quedarse forzosamente aislado a la puerta de la escuela.

El siguiente paso para ser un buen maestro espejo es saber sacar a relucir el lado bueno de cada uno de los alumnos y alumnas que pase por nosotros, ya formen parte de nuestro aula o simplemente coincidamos con ellos por el centro. Al fin y al cabo, yo siempre digo que alumnos míos son todos, les de o no les de clase de manera directa, pues con todos ellos comparto un espacio común que nos une, y eso hace que no pueda establecer distinción.

El blog de Manu Velasco

En este caso, me parece de vital importancia cuidar el factor humano que, con las prisas y las presiones, a veces solemos olvidar. Cosas tan simples como dar los buenos días a los alumnos que se crucen contigo por el colegio, dedicarles una sonrisa, algún gesto de cariño y aprecio, un comentario cargado de buen humor o algunas palabras de aliento, cala más en ellos que toda una hora dedicada a explicar y resolver ejercicios, pues ahí les estamos reconociendo y dándoles importancia como personas que son, más allá de lo que se espera de ellos muchas de las veces, que es que callen y aprendan (o aprueben, mejor dicho).

Se tratan de pequeños detalles que no cuestan nada pero que aportan muchísimo al bienestar de nuestro alumnado. Así pues, una vez los hemos reconocidos, es decir, se han visto reflejados, no podemos quedarnos ahí. Como decíamos antes, ahora se trata de que saquen a relucir lo mejor de cada uno, o lo que es lo mismo, que sean conscientes de sus potencialidades y de sus virtudes, y empezar a valorarles en función de todo lo que pueden aportar.

Tal y como establece el autor Howard Gardner con su teoría de las Inteligencias Múltiples, no todos tenemos la misma manera de aprender ni tampoco destacamos todos en los mismos ámbitos. Por eso hay que saber mirar más allá de las calificaciones y de los resultados puramente académicos y ver que es lo mejor que tienen todos y cada uno de nuestros alumnos y alumnas, y hacérselo saber, tanto a ellos como a sus progenitores, para que lo puedan llevar a su máximo exponente y se le refuerce.

Sin embargo, este hecho tiene un reverso tenebroso, y es que podemos correr el riesgo de que un determinado alumno o alumna empiece a destacar más por lo negativo que por lo positivo y que no seamos capaces de apreciar ni de hacerle ver sus cualidades, reflejándole así una imagen distorsionada que tiende a retroalimentarse negativamente al más puro estilo profecía autocumplida.

Es innegable que los seres humanos tenemos una tendencia innata a emitir juicios de valor, pero en este caso nuestro buen hacer no puede verse eclipsado por un cristal empañado. Si el reflejo emitido no es el deseado quizás haya que variar la luz o buscar otra perspectiva que nos permita visualizar una mejor imagen, por muy difícil que pueda parecer a veces, pues nunca debemos caer en el error de dar un caso por imposible.

Es por todo ello que, ante nuestro alumnado, debemos mostrarnos siempre rectos y justos, a la par que cercanos y comprensivos. Mantener el equilibrio no es tarea fácil, y es por eso que, ante todo, tenemos que admitir que somos humanos y que a veces podemos obrar mal. En tal caso, reconocerlo y disculparse no nos resta autoridad, sino que nos da credibilidad al actuar con humildad dentro de un entorno donde parece que siempre debemos estar a otro nivel.

Esto puede verse a menudo en nuestra postura corporal, hablando a los más pequeños desde arriba en lugar de agacharnos y hablarles de frente, de tú a tú. Porque los niños no necesitan un jefe que les ordene y mande, sino que necesitan un líder que, desde su aventajada posición, les guíe y oriente en este difícil proceso que es la vida y del que la escolaridad forma una parte fundamental.

Es por eso que nuestro espejo debe despertar serenidad, simpatía, admiración y respeto. Nuestro espejo debe brillar lo máximo posible cada día a pesar de las circunstancias, pues de ello dependerá la imagen que nuestros niños y niñas recibirán de si mismo según se miren en nosotros. Porque tenemos un gran poder del que a menudo no somos consciente, y, en palabras de Spiderman, "un gran poder conlleva una gran responsabilidad", la responsabilidad de que el tiempo que un alumno o alumna comparta con nosotros sirva para que venga al colegio con ganas de sacar provecho a todas sus posibilidades de aprender y, además, de convertirse en personas de las que tú estarías orgulloso, y eso sería gracias a ti como maestro o maestra, pero también gracias a ti como persona.