lunes, 23 de abril de 2018

"Érase una vez... un acertijo"

Recuerdo que, hace un par de años, cuando trabajaba como especialista de Pedagogía Terapéutica en un centro ordinario situado en el barrio madrileño de Vallecas, fui uno de los encargados de preparar actividades para conmemorar el Día del Libro, entre las que destacamos cuenta-cuentos, lectura de poesía y representaciones teatrales. 

La cuestión es que algo bueno nació de aquellas jornadas de preparación, pues, lo que durante aquellos días de ensayos era un mero entretenimiento, se convirtió, a partir de entonces, en una costumbre cuyo éxito fue tan inesperado como arrollador. 

Y es que, dentro del buen clima y la buena relación que suelo promover con mi alumnado, empecé a retarles a resolver cada día un acertijo. Primero empezó como algo que se hacía vía oral y donde sólo participaban los alumnos y las alumnas que estaban implicados en las actividades anteriormente mencionadas, pero, una vez que el Día del Libro había terminado, estos alumnos y alumnas seguían demandando más acertijos. Fue entonces cuando pasamos a la vía escrita, imprimiendo cada mañana varías copias de un nuevo acertijo y dejándolas colgadas en el pasillo junto a mi aula para que, quien quisiera, pudiera coger uno e intentar resolverlo a lo largo de esa mañana.

En pocos días, la demanda se había disparado y cada vez eran más y más quienes venían en busca de su acertijo, por lo que tuve que regular la actividad diseñando un panel donde estarían colgados junto a unas pautas a tener en cuenta para un uso óptimo y el máximo aprovechamiento.


El tema en cuestión es que, aunque la idea propuesta para el Día del Libro fuera la que habíamos mencionado, creo que, con esta iniciativa improvisada a raíz de aquello, se consiguió acercar muchísimo más la lectura a nuestros chicos y chicas.

Y es que, aunque sólo fuera leer un pequeño acertijo cada mañana, aquello se convirtió en un hábito, un hábito además que les haría divagar, razonar, cuestionarse obviedades, realizar cálculos, pensar de manera divergente en busca de soluciones paralelas y creativas, cambiar de perspectiva, agudirzar el intelecto, reflexionar sobre creencias arraigadas o aprender a no dejarse llevar siempre por la primera impresión.

Lo mejor es que todo ello lo llevaban a cabo con ilusión y entusiasmo, participando de una manera tan activa que, a menudo, llegaba la hora del recreo o de irse a casa y muchos y muchas de estos chicos y chicas preferían quedarse en mi aula a debatir las posibles soluciones. Después de todo, creo que para eso debe servir la lectura, para hacernos participes activos, para implicarnos a recapacitar, a construir, a compartir, a crear, más allá que el papel de consumidores pasivos que, en demasiadas ocasiones, parecemos quererle atribuir. 

Después de todo, como ya dejé escrito en mi entrada anterior, quiero trabajar por un modelo educativo que nos enseñe a pensar, a cuestionarnos y a cuestionar, a debatir, a encontrarnos cómodos en la discrepancia asertiva de ideas, a querer mejorar la realidad, y eso sólo se consigue cuando tienes ciudadanos y ciudadanas con implicación activa y sentido crítico que disfrutan del proceso y del resultado.

Es por ello que a veces debemos bajarnos al punto de vista de nuestro alumnado, a entender que a menudo, como ya he señalado en más de una ocasión, les aniquilamos su motivación hacia la lectura endosándoles obras que quizás, por sus intereses o por proceso de madurez, les quede aún demasiado lejos de su momento vital. 


Igual nos ocurre a menudo con las mal llamadas "lecturas comprensivas", donde, a partir de un texto dado, al final se trata de localizar las respuestas en dicho texto, sin más.

Creo que este tipo de dinámicas son necesarias, y está bien que algunas de las preguntas formuladas sirvan para que niños y niñas adquieran el hábito de saber buscar de manera activa algo concreto en un texto, pero también debería dejar espacio a otro tipo de preguntas que no necesariamente tengan que tener "una respuesta correcta", sino que de vía libre a su capacidad creativa a poder poner en tela de juicio lo leído, pues, a través de este tipo de tareas escolares, podemos sacar al diálogo común determinados temas delicados y trabajar en torno a ellos, como puede ser el caso del acoso escolar, de la adicción a las TIC en la sociedad actual o de las actitudes discriminatorias por causas de género.

Es por todo ello que, en mi tradición de escribir una nueva entrada con motivo del Día del Libro, yo, como asiduo lector y aficionado escritor, hago uso de mi experiencia personal, con la grata satisfacción de aquella dinámica de acertijos que conseguimos mantener hasta final de curso (y porque, como interino que era, el siguiente año escolar no tuve ocasión de repetir y de darle continuidad), para realizar un nuevo llamamiento a reflexionar sobre como trabajamos la lectoescritura en nuestras aulas, pues, al fin y al cabo, son meras herramientas cuya vital importancia recae en el hecho de ser capaces de abrirnos las puertas a un sinfín de nuevas posibilidades.

Es por ello que desde aquí os animo a no quedaros solamente en la puerta, sino que nos atrevamos a abrirla, que nos atrevamos a entrar, a descubrir, a crecer, a explorar, a cuestionar, a vivir, a crear. 

¡Feliz Día del Libro!