lunes, 19 de febrero de 2018

El desconocido mundo de la Educación Especial

Recientemente somos muchas las personas que nos hemos hecho eco de la noticia vista en diferentes medios que narra el bochornoso suceso que tiene como protagonista a una mujer con Síndrome de Down a la que han expulsado de un evento de la empresa Medisalud para no "incomodar" a los asistentes. 

Este hecho, que nos puede y nos debe escandalizar, no se trata, ni mucho menos, de un caso aislado. Por desgracia, existe aún muchísimos muros y mitos que derribar en lo que a una inclusión plena y real de las personas con diversidad funcional se refiere, que van desde las múltiples barreras arquitectónicas que seguimos encontrando en nuestras ciudades y en muchos de los espacios que las conforman hasta aquellas que se implantan en nuestra mente y que se traducen en nuestra actitud, fruto de una ignorancia consciente o inconsciente.

Como siempre digo, desde Educación tememos un gran reto en este sentido, ya que en nuestra mano está el poder acabar con dicho desconocimiento y favorecer espacios inclusivos abiertos a toda la diversidad existente en nuestra sociedad.


No obstante, si ya en la entrada anterior hablamos de dicha diversidad en su sentido más amplio, en esta ocasión vamos a centrarnos en el considerado como alumnado con necesidades educativas especiales, alumnado que, ya desde finales del pasado siglo, pasó a formar legalmente parte del paraguas educativo común del conjunto del país y no a funcionar como un sistema paralelo, como venía ocurriendo hasta dicho momento.

Desde entonces hasta ahora, gran parte de este alumnado viene compartiendo aula y espacios comunes con el resto de niños y niñas de su comunidad escolar, y me consta que existe un amplio abanico de metodologías y estrategias aplicadas, profesionales - docentes y no docentes - implicados y buena predisposición a lo largo y ancho de nuestra tierra para dar una respuesta real y ajustada a las necesidades presentadas por dicho alumnado bajo un paradigma integrador o, incluso, inclusivo, valga la redundancia. 

Sin embargo, existen otros casos en los que todo este sistema flaquea por diferentes frentes, que va desde la escasa y pobre formación universitaria que se ofrece a los futuros y futuras docentes, tanto a nivel general como a nivel de atención a la diversidad (un tema que trae cola y que da para otra reflexión aparte, pasando además por el desprestigio social que tiene esta carrera y el poco criterio que existe para acceder a la misma), hasta la falta de recursos y la densidad de las ratios, cuestiones que dependen de las administraciones públicas, la cuales también tienen gran parte de responsabilidad (no va a ser todo culpa de los y las docentes, ¿no?)

El sistema educativo, como sector que va a influir de forma directa en el conjunto de la sociedad, debe romper una lanza a favor de estas personas y darles visibilidad ante el conjunto de la población de la que forman parte.


Aún así, hoy día nos seguimos encontrando con realidades paralelas desconocidas para una parte importante de la sociedad, ya que estas tienen lugar en determinados centros educativos y en los hogares y entornos de los alumnos y alumnas que se acaban escolarizando en dichos centros.

No es mi intención entrar en debate sobre los pros y los contras de este tipo de centros en los cuales desarrollo mi labor profesional, sino más bien recordar que, aunque oficialmente forman parte del mismo sistema común, a veces da la sensación de seguir manteniendo cierto distanciamiento respecto a la realidad que se desarrolla fuera de los mismos.

Volviendo a la noticia que nos permitía arrancar esta entrada, no sé si el hecho de que esto sea así se debe a ese miedo a "incomodar" o a esa dificultad tan humana de aceptar lo que nos cuesta comprender.

Yo, de primera mano, he sido testigo de las miradas y las reacciones que algunos de mis alumnos o alumnas han podido provocar en terceras personas (insisto en lo de consciente o inconscientemente),  o de hablar con personas de mi entorno (formen o no parte de nuestro gremio) y comprobar la gran falta de información y de perspectiva que existe sobre esta dura realidad.

Es por ello que  el evitar esa brecha pasa por acciones paralelas pero complementarias: formar a todo el conjunto del alumnado - e incluso del profesorado y, por qué no, de la comunidad educativa - en la existencia de esta realidad, al tiempo que vamos rompiendo de manera constante y progresiva las invisibles barreras que parece perdurar en nuestras mentes desde tiempos remotos.


En primer lugar, hay que entender que el funcionamiento de este tipo de centro  difiere de lo que hasta ahora hemos conocido, y, por lo tanto, requiere personal especializado de diferentes perfiles profesionales que no sólo tengan buenas aptitudes, sino también buenas actitudes, ya que este último aspecto va a resultar crucial para sacar el máximo provecho a sus potencialidades y sobrellevar lo mejor posible las posibles situaciones adversas derivadas de sus necesidades.

En segundo lugar, son centros que albergan bajo este paraguas a una gran diversidad de población, que va desde aquellos alumnos y alumnas que, con los correspondientes recursos, tiempos y métodos, pueden seguir una trayectoria curricular que se amolde a sus circunstancias, hasta aquellos otros casos donde el peso recaerá sobre aspectos conductuales o, incluso, puramente asistenciales. Es por ello que las ratios deben ser más proporcionales, para una atención mucho más plena y adaptada a nuestra realidad, una realidad que a veces nos sobrecoge y nos sobrepasa.

Por último, no debemos olvidar que, ante todo, se trata de personas, con su derecho al respeto y a la dignidad, y la educación de todo el alumnado y de toda la sociedad debe estar enfocada a evitar situaciones de burla, insulto, rechazo, discriminación, agresividad, acoso, abuso o sometimiento hacia dichas personas en particular, al igual que deberíamos hacer respecto al conjunto de la población en general, con especial mención de aquellos colectivos más vulnerables. Al fin y al cabo, todos y todas deberíamos tener los mismos derechos y las mismas oportunidades, siguiendo aquellos grandes principios que muchos de nosotros y nosotras hemos estudiado en materia educativa como son el de normalización, el de equidad o el de calidad.

Tampoco le hacemos ningún favor a estas personas si la forma en la que nos dirigimos a ellas es a partir de la sobreprotección, limitando de esta forma sus posibilidades de desarrollo integral y una participación activa en su vida diaria que le permita disfrutarla y, al mismo tiempo, adquirir una mayor estimulación y autonomía, o tratándoles, en muchos de los casos, como si fueran niños o niñas pequeños. Después de todo, ellos y ellas también tienen sus responsabilidades y deberes respecto a su entorno y contexto social, y el trabajo que realicemos en este sentido desde nuestro ámbito, en constante coordinación con las familias y el resto de profesionales implicados, va a ser de una importancia vital.

Por lo tanto, la labor educativa que se desarrolle de cara a este alumnado en general y en este tipo de centros en particular requiere paciencia, constancia, flexibilidad, creatividad y mucho trabajo en equipo, además de contar con el respaldo y la colaboración de las administraciones públicas.

Quienes nos dedicamos a la Educación sabemos que lo vivencial tiene un gran peso sobre el conjunto de los aprendizajes, por lo que creo que es importante encontrar puntos de unión y encuentro de las diferentes realidades aquí expuestas donde lo importante sea el compartir los aspectos que nos asemejan y no resaltar aquellos que nos dividen, hasta que llegue por fin el día en el paradigma inclusivo sea algo implícito al conjunto de toda nuestra sociedad. 



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