viernes, 22 de septiembre de 2017

La diferencia entre creer y crear

Hace poco más de un mes que la ciudad de Barcelona se vio azotada por un acto terrorista que puso en jaque a todo un país. No entraré en este post a comentar aquel hecho deleznable, pero sí que me gustaría realizar un análisis de las consecuencias que tuvo en nuestra población desde diferentes perspectivas, así como el arduo camino que tenemos todavía por delante al respecto en materia de Educación.

El primer punto de vista que me gustaría analizar es el que se corresponde con nuestro papel de consumidores en el mercado informativo de los mass media, quienes, en su afán de ser los primeros en ofrecernos información en exclusiva de lo ocurrido y así tenernos pegados a su canal, no tuvieron en cuenta ni un segundo que entraban en bucle durante varios días dándole una excesiva difusión a lo acontecido (para más regocijo de quienes querían causar dicho impacto en nuestra sociedad), y además se precipitaron a señalar culpables ante la opinión pública (a veces, incluso, estableciendo asociaciones de causa-efecto algo rebuscadas pero acordes con determinados juicios de valor previos a los hechos), cuando eso es un trabajo que debe quedar en manos de las fuerzas de seguridad del Estado y del poder judicial.

Con esto lo que quiero decir es que nosotros y nosotras, como parte de la ciudadanía de este país, debemos empezar a desarrollar una actitud crítica ante estas situaciones que vaya más allá del "me trago y me creo todo lo que salga por la tele" y demos a la información la veracidad y cautela que se merece, procurando dejar a un lado los diferentes sesgos ideológicos y sabiendo detectar la manipulación cada vez más extendida en los grandes medios a nuestro alcance.

Esto enlaza directamente con el segundo punto de vista a analizar, el que nos convierte en eslabón de la desinformación a través de las redes sociales, donde todo se empezó a desvirtuar de una manera acelerada y abrumadora en cuestión de minutos, terminando aquello convertido en un nido de víboras donde importaba más machacarnos entre nosotros mismos que tomar conciencia colectiva de un mal común del que sólo mirábamos la punta del iceberg.

Resulta cuanto menos curiosos la de campañas que se establecen para evitar que nuestros jóvenes hagan un mal uso de Internet y las redes sociales, amparándose en ellas para hacerse daño tras la trinchera de las pantallas, pero en días como esos los adultos demostramos ser aún peores en nuestra manera de proceder, soltando veneno a borbotones, compartiendo enlaces e imágenes cuestionables o realizando algunas justificaciones y acusaciones que no venían al caso. Fueron días donde el odio camufló a la solidaridad y fortaleza de un pueblo que se reponía del ataque sufrido.

Esto me lleva al tercer punto de vista en esta cuestión, quizás el que me acontece más de cerca como persona que ha trabajado durante varios años con jóvenes en riesgo de exclusión como los que terminaron perpetrando el atentado, jóvenes de origen musulmán, residentes en España, en situación desfavorecida y sin ningún futuro aparente, lo cual los convierte en blancos perfectos de estas sectas extremistas que los adoctrinan y mandan a la muerte para no mancharse ellos las manos.

Es por cosas como esas que durante mucho tiempo he trabajado junto a un gran equipo de profesionales (el cuál sigue en activo) para garantizar a este tipo de población un porvenir y una vida digna que les aleje de esa radicalización, y es por eso mismo también que entiendo el dolor de quienes apostaron por ellos, de sus familias y de sus allegados. Son culpables de los hechos, pero también son víctimas de todo lo que se esconde detrás, y es por ello que el camino del odio no nos ayudará a apagar el fuego creado. Debemos darnos cuenta de que hay algo que falla en nuestro sistema, que va desde garantizar una libertad de credos bien gestionada hasta seguir trabajando porque la diversidad existente en nuestro país sea más una convivencia que una coexistencia, donde todos podamos enriquecernos de nuestra pluralidad, compartir nuestra existencia y crecer en armonía como seres humanos que somos.

Es por todo ello que admiro lo gestos de fraternidad demostrados tras los atentados, y por lo que admiro también a todas aquellas persona que se volcaron con lo sucedido sin importar credo ni condición, prestando lo mejor de si mismo a la causa y aportando su granito de arena por construir un mundo mejor.

He ahí donde la escuela tiene mucho trabajo aún por hacer: Desde enseñar a leer y entender una noticia a saber discernir entre veracidad y manipulación, a ser críticos ante la información que nos llega antes de darle completa credibilidad, a hacer un uso adecuado de las redes sociales, a saber empatizar, gestionar emociones, argumentar de manera asertiva, a respetar otro credo, otra ideología u otra opinión aunque no se compartan, a convivir y a dar a todos y a todas la oportunidad de participar y de sentirse realmente parte activa de una sociedad que compartimos y que construimos con nuestro esfuerzo y ejemplo, no con nuestro odio, nuestro rechazo o nuestra opinión. Esa es la diferencia entre creer y crear.




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