miércoles, 19 de octubre de 2016

"Cuando los árboles no te dejan ver el bosque"

Si en la anterior entrada de mi blog quise aportar mi propia visión sobre el debate de los deberes y las actividades extraescolares, poniendo de manifiesto la gran sobrecarga que supone para nuestros niños y niñas, hoy vengo a romper una lanza en favor de los docentes y de la gran carga burocrática que a menudo tienen que soportar.

Es bien sabido que los que nos dedicamos a la enseñanza tenemos la mala fama de disfrutar de un trabajo sencillo y sin muchas complicaciones, pero nada más lejos de la realidad. Porque no se trata tan sólo de impartir clases - si bien el concepto de "impartir clases" también es digno de debate -, sino que debemos abordar además un sinfín de documentos meramente burocráticos cuya vida real va a ser quedar relegados a un cajón del escritorio a una carpeta del pendrive, y no porque los documentos con los que trabajamos no sean importantes, sino porque en muchos de los casos resultan poco operativos y su vida útil es realmente escasa debido a que cada poco tiempo se ven sometidos a una serie de cambios en concepto y formato, fruto del ir y venir de un sinfín de leyes educativas, las cuales están más centradas en intereses partidistas que en una mejora real de la Educación.

 En ese sentido, la siguiente viñeta es bastante ilustrativa:


Creo que a veces nos perdemos tanto entre propuestas, programas y planes que olvidamos lo más fundamental de nuestra profesión: atender a nuestro alumnado. Porque si estamos en este trabajo es por ellos y para ellos, porque son ellos quienes dan sentido real a nuestra profesión, y cualquier diseño de actividad que hagamos no puede tener como objetivo el impecable reflejo de la misma en un documento escrito, sino el de un correcto desarrollo que contribuya al aprendizaje y disfrute de nuestros discentes. 

Sin embargo, nos vemos tan abrumados a menudo por esta causa que, siguiendo el tópico, son los propios árboles los que nos impiden ver el bosque.


Cierto es que una buena actuación pedagógica pasa por una buena planificación de la misma. Después de todo, antes de abordar cualquier actividad que nos propongamos debemos tener bien claro por qué la hacemos y que es lo que pretendemos aportar con dicha actividad, ya sea dentro del plano curricular de cada curso o materia, o bien sea a nivel transversal para todo el ciclo, toda la etapa o todo el centro escolar.

Porque no es nuestra intención poner en tela de juicio las bondades de tener bien programada nuestra intervención, sino la saturación y el encorsetamiento al que muchas veces nos vemos sometidos en este sentido dentro de unos ritmos lectivos cada vez más frenéticos, unas ratios cada vez más elevadas y unos currículos escolares cada vez más inflados que, en muchos de los casos, dejan entre la espada y la pared cualquier buena propuesta que, al no ser urgente, acaba perdiendo prioridad.

Al fin y al cabo, el diseñar planes, programas y propuestas debería servir para facilitar el proceso de enseñanza-aprendizaje, y no al contrario. No se trata de estar ahogados entre competencias clave y estándares de aprendizaje, sino de disponer de una guía de trabajo diseñada en función de nuestra realidad y adaptada a la población que vamos a atender, la cual nos permita generar la respuesta educativa más adecuada para contribuir al buen desarrollo de nuestro alumnado.

Cualquier otra propuesta que queramos hacer (Proyectos de Centro, Planes de Lectura, Planes de Mejora, etc.) debe estar siempre orientada y enfocada a contribuir a la mejora de nuestra práctica educativa, y no a convertirse en otro lastre más, haciendo que las bondades de su puesta en marcha resulten altamente atractivas y motivadoras para toda la comunidad educativa, de manera que genere la suficiente implicación en su desarrollo y no se quede sólo en redactar documentos llenos de palabras pero faltos de convicción.

No es cuestión de rellenar documentos por mero protocolo, sino de establecer hojas de ruta repletas de cuestiones prácticas y pedagógicas que poder llevar al aula.

Porque nuestro trabajo nos brinda la oportunidad de hacer grandes cosas con los chicos y chicas que pasen por nuestras aulas, y debemos siempre poner el acento en su bienestar presente y futuro, lo cual implica que sean más las facilidades que los inconvenientes que se establecen a la hora de abordar con éxito nuestra labor. En dicho sentido, disponer de tiempos, espacios y recursos suficientes nos ayudará a poder crear propuestas viables, atractivas y enfocadas a un aprendizaje real y no a llevar a rastras un currículo a menudo inalcanzable.

Sin embargo, falta que las personas que dirigen la Educación desde un despacho ajeno a la escuela entiendan que no se trata de programar al gusto de quienes hayan diseñado la ley educativa operante en dicho momento, sino que, partiendo de sus orientaciones y propuestas curriculares, y apoyando desde las instituciones las propuestas coherentes de innovación educativa, contemos con la suficiente autonomía en los centros para programar teniendo como prioridad a nuestro alumnado, pues es con ellas y ellos con quienes realmente tenemos que cumplir en nuestro día a día.


¡Que los árboles nos nos impidan ver el maravilloso bosque que tenemos ante nosotros!



sábado, 1 de octubre de 2016

¿Vivimos para trabajar o trabajamos para vivir?

Durante este mes de septiembre la popular marca Ikea nos ha sorprendido a todos con un original anuncio televisivo que saca a relucir una cuestión educativa sobre la que se viene debatiendo cada vez con más fuerza. 

Para quienes no lo hayáis visto, el spot en cuestión es el siguiente: 


Con un toque de humor familiar que busca empatizar con el cliente, este anuncio tiene un eslogan demoledor que, en los tiempos que corren, vale la pena destacar: "Merecemos menos deberes y más cenas en familia".

El hecho de que dicho lema nos resulte tan llamativo es porque pone en tela de juicio dos variables que influyen de forma directamente proporcional en nuestros niños y niñas: el tiempo que se comen los deberes (donde nosotros, además, vamos a tener en cuenta la masificación de extraescolares) y el tiempo que cada vez se pierde más de estar en familia.

Empecemos por la primera cuestión a debate, que radica en el término "deberes", sobre el cual existen tanto argumentos a favor como argumentos en contra. 

Normalmente, por regla general, siempre se han defendido los deberes como una forma de crear un hábito de trabajo en los niños y niñas, para así hacer que sean responsables y puedan afianzar conocimientos dados por la mañana en clase. 

Sin embargo, cada vez son más las voces, tanto de profesionales como de familias, que ponen en cuestión esta práctica tan arraigada en nuestra sociedad. En primer lugar, porque los deberes se establecen como un trabajo que, de forma heterogénea, debe realizar todo el alumnado, sin tener en cuenta ni sus propias necesidades ni sus capacidades personales o su particular estilo de aprender. Además de ello, estos suelen basarse en tareas mecánicas y repetitivas que no buscan un fin en concreto más que el de llenar el tiempo de por las tarde continuando lo empezado por la mañana o el de completar los ejercicios de un determinado libro de texto y sólo porque lo dice ese mismo libro de texto, siendo este otro debate sobre el que más adelante en otra futura entrada me gustaría indagar.

El caso es que no tiene nada de malo que nuestros alumnos y alumnas dediquen parte de su tiempo libre a afianzar aprendizajes, sino que además es totalmente recomendable, porque no existe un único espacio ni un único tiempo para aprender, y en la interacción con el día a día es donde más significado gana cualquier cosa que desde la escuela queramos enseñar.

Es por ello que, tal y como refleja el anuncio que veníamos analizando, participar en las tareas del hogar es una forma de asentar algunos contenidos de una forma práctica y cercana, como puede ser realizar la lista de la compra, seguir una receta o dividir a partes iguales porciones en la mesa. 

En este sentido, si desde la escuela queremos ayudar a fomentar verdadero aprendizaje en las tardes de nuestro alumnado, debemos potenciar que indaguen e investiguen sobre algún tema que les sea de su interés o que tenga relación con algo visto en clase, que recojan información que les puedan proporcionar personas cercanas para luego compartirla en clase, que redacten algún texto significativo o que compartan con nosotros el libro que por propia voluntad se estén leyendo, sin que ninguna de estas actividades le resten tiempo a su ocio y a su juego, elementos de vital importancia en el desarrollo social y emocional de cualquier discente. 


Sólo en caso de que veamos que un determinado alumno o alumna necesita invertir un pequeño tiempo extra por las tardes para poder afianzar algún aprendizaje que se le resista o para poder finalizar algo que se le quedó pendiente en la mañana, propondremos actividades más específicas y personalizadas que pactaremos, siempre que sea posible, con su familia, para que ésta entienda la necesidad de dicha práctica y podamos colaborar mutuamente sin que esto les pueda suponer una sobrecarga importante que, lejos de compensar dificultades, sólo sirvan para ampliar una brecha ya producida en la escuela que desde el hogar, ya sea por falta de tiempo o de recursos, no puedan atender.

Y digo sobrecarga importante porque, a día de hoy, los deberes se han convertido en la mayoría de nuestros hogares en algo tedioso que roba mucho más tiempo de infancia del que se debería permitir, traduciéndose en desmotivación por parte del alumnado y en malestar general en el ambiente del hogar.

Es por ello que, en caso de que veamos oportuno encomendar alguna tarea para casa, esta deba estar bien definida, equilibrada y argumentada, e intentar siempre contar con altas dosis de significatividad y comprensividad.

Sin embargo, como decíamos al inicio de este post, existe otra variable a tener en cuenta a la hora de continuar con este debate, y no es otra que la del numeroso tiempo empleado en un sinfín de actividades extaescolares.

Cierto es que la oferta de actividades que un determinado alumno o alumna puede realizar durante las tardes es casi ilimitado: escuela de idiomas, conservatorio de música, clases de apoyo, deportes, etc. La cuestión es saber donde radica el límite entre una actividad extraescolar que le de una formación extra y le sea de su agrado y una actividad extraescolar que le sea tediosa y no le sirva más que para tener tiempo ocupado.


En este sentido, el gran peso de la responsabilidad recae en las familias, pues son quienes toman las decisiones a este respecto, debiendo para ello tener en cuenta, por un lado, que actividad extra puede ser la más beneficiosa o recomendable para su hijo o hija, partiendo de sus capacidades y de sus intereses generales, y por otro, en que grado dichas actividades afectan al tiempo libre  del que, como decíamos anteriormente, todo niño y niña debe disponer para ser lo que son: niños. 

Sin embargo, se está produciendo un fenómeno social cuanto menos curioso, donde los adultos tenemos nuestro tiempo cada vez más saturado de quehaceres y vivimos a un ritmo cada vez más frenético y estresante, y estamos introduciendo a nuestros chicos y chicas en esa misma dinámica sin pararnos a reparar quizás en lo perjudicial que puede ser tanto para ellos como para nosotros mismos.


Es por eso que, como bien reza el anuncio que veníamos comentando, merecemos pasar más tiempo en familia, disfrutar de nuestro hogar en conjunto, compartiendo nuestro día a día, aprendiendo juntos con las tareas cotidianas y con el juego colectivo, hablando de como nos fue la jornada y dejando de lado, aunque sólo sea por ese breve momento,cualquier otra preocupación que una sociedad insana nos quiera imponer.

Al y al cabo, creo que no digo ningún disparate si me atrevo a afirmar que, a nosotros, personas adultas y trabajadoras, nos agobia tener que llevarnos trabajo a casa. Más que nada, porque tenemos un lugar de trabajo y unas horas que dedicamos en el mismo a realizar nuestros quehaceres, y que lo de llevarnos el trabajo a casa es algo que solemos hacer si vemos que se nos queda algo pendiente o que no podemos terminar en nuestra jornada laboral (si bien, dentro de la profesión docente, sí que se contempla que tenemos que invertir cierto número de horas a la semana fuera de nuestra jornada en preparar las clases o corregir materia pendiente).

Para finalizar, me gustaría remitiros a otro vídeo que, bajo el título de "lo haces y punto", realiza un curioso experimento sobre todo el tema que venimos debatiendo: 


Y ahora, después de saber todo esto, acuérdate siempre de preguntarte: "¿vivimos para trabajar o trabajamos para vivir?". Una vez tengas tu respuesta, no te olvides de actuar en consecuencia.