jueves, 24 de mayo de 2012

"La cultura del esfuerzo"


Ese es el título de mi último artículo publicado en la revista "Al Margen" que se edita en la Facultad de Educación y Humanidades de Ceuta, de la cual he sido un asiduo colaborador, y que con este quinto número cierra su producción con un especial de 96 páginas a todo color.


Este proyecto nació de un grupo de estudiantes de dicha Facultad, motivados por crear un medio en la misma donde recoger sus inquietudes y experiencias, así como por compartir con el resto de la comunidad educativa una amplia gama de contenidos relacionados con la educación y la cultura. Para ello contaron con el apoyo de varios profesores de la Facultad para sacar el proyecto adelante con mucho esfuerzo y sacrificio.


El fruto de ese trabajo han sido cinco ejemplares que se han ido publicando a lo largo de estos tres últimos años y que, con el ejemplar de hoy, llega a su fin, organizando para ello los responsables de la misma un acto conmemorativo a puertas abiertas en el salón de actos de la Facultad.


Os dejo a continuación mi particular artículo de opinión publicado en dicha revista. Espero que os guste. Gracias por vuestra atención :)

‘Son tiempos difíciles los que ahora corren para la educación en nuestro país. Todo lo que concierne a este tema se ha convertido, por desgracia, en el particular campo de batalla de las dos fuerzas políticas predominantes, encarnizadas ambas en una absurda lucha sin cuartel que, lejos de favorecer lo que se dice querer defender, nos lleva a una  política de corral sumergida en una cíclica espiral cuyo epicentro comienza, termina y vuelve a comenzar en el propio ombligo de cada partido, ya que se anteponen las rencillas e intereses personales al bien común de un sistema educativo bien consolidado en nuestro país.
En medio de todo este panorama, con leyes educativas fluctuantes y cambiantes, las cuales parecen estar prediseñadas para usar y tirar, nos seguimos encontrando con una creciente ola de abandono y fracaso escolar que se produce día tras día en nuestras aulas, al igual que con un gran cantidad de buenos estudiantes de nuestro país que deben viajar al extranjero para poder hacerse un hueco de rigor y destacar en su materia específica. 
Y lo peor de todo ya no es que esto esté pasando, sino que terminamos aceptando tales hechos como normales y necesarios, y no nos molestamos en cuestionarnos nada de lo que está aconteciendo a nuestro alrededor. Es mejor vivir en la ignorancia. 
Por desgracia, España está demasiado ocupada escuchando las miserias de “la princesa del pueblo” que un día tras otro repite la misma retahíla a cambio de ganar miles y miles de euros, contratando a jugadores de fútbol por cifras millonarias, o siguiendo el día a día de la vida de unos cuantos personajillos anónimos que entran en una casa vigilada por cámaras (la cual mancilla el nombre del buen George Orwell) y ya se creen dioses de la televisión. Lamentablemente, en nuestro país hemos pasado de la cultura del esfuerzo a la cultura del pelotazo, con modelos televisivos que apuntan al dinero fácil a cambio de vender su dignidad. 
En este contexto, parece ser que, para triunfar en España, ser brillante no es lo que se lleva, aunque muchos se esfuercen en vendernos el concepto de excelencia a toda costa, olvidando por completo la filosofía de inclusión en la que deberíamos movernos. Y digo deberíamos porque en situaciones así siempre lo más fácil es echarle el muerto a otros factores o agentes implicados, pero cualquier avance frente a una situación adversa debe nacer de la autocrítica, para así averiguar que es lo que debemos mejorar y cuál sería el mejor modo de llevarlo a cabo. 
Cierto es que tanto la escuela pública como la inversión en ciencia, investigación y desarrollo están siendo uno de los principales objetivos de la denominada política de austeridad, pero no podemos limitarnos a achacar solamente a esa cuestión el debate que ahora nos acontece. 
No es mi intención “meter el dedo en la llaga” ni mucho menos señalar a nadie, pero cualquiera que conozca mínimamente la realidad de nuestros centros educativos sabe que esa cultura del esfuerzo de la que hablábamos, en gran parte de las ocasiones, muere mucho antes de llegar al discente, por culpa de la existencia de maestros y profesores sin vocación por su profesión, que con su apatía y poca dedicación, lo único que terminan por trasmitirle al alumnado es la aversión por su asignatura y, en muchos de los casos, también por la escuela en general, matando así la poca motivación que podía quedar vigente. 
Nuestra implicación y motivación en este sentido debe resultar una pieza clave en hacer que la escuela siga funcionando como motor de cambio en la mejora de la sociedad. Para ello, lo principal es aceptar los cambios que han venido aconteciendo hasta ahora y actuar en consecuencia. 
Como docentes, hemos perdido nuestra anterior supremacía, aunque a muchos les cueste aceptarlo. Ya no somos los grandes poseedores de todo el saber existente hasta la fecha. En la era de la información y del conocimiento en la que nos vemos inmersos, sabemos que Internet nos ha cogido la delantera. El conocimiento ya no es fijo, sino que se encuentra sometido a constante cambio, y se actualiza a una velocidad tan vertiginosa que continuar en el anterior modelo educativo del docente como trasmisor de la información es frenar el avance de nuestro alumnado, que se siente mucho más cómodo moviéndose en un entorno – la red – que se ha convertido para ellos en su hábitat natural. 
            Entran aquí en juego las denominadas competencias que tanto que hablar han dado últimamente. Pero esas competencias sólo pueden afrontarse si cambiamos de antemano el paradigma con el que afrontamos nuestra profesión docente. Se trata de ejercer como asesores del aprendizaje, facilitando al alumnado las estrategias y los criterios fundamentales y necesarios para localizar, analizar, contrastar, procesar y sintetizar su propio conocimiento, así como de hacerlo suyo, y relacionarlo con otros contenidos ya trabajados con anterioridad o con las propias vivencias y experiencias. En definitiva, se trata de hacer al alumno lo bastante crítico y autosuficiente para pensar y poder valerse por sí mismo en los tiempos en los que les ha tocado vivir. 
            Para ello es necesario, a su vez, que en los programas educativos que se nos ofrecen en nuestra preparación universitaria también estén actualizados y adaptados para ofrecernos el bagaje pedagógico necesario para llevar con éxito esta misión. 
            Considero que la formación universitaria del magisterio y el profesorado siempre ha carecido del merecido prestigio que debería tener, ya que en las manos de estos profesionales estará en juego el futuro de nuestros alumnos de hoy. Fomentar el cambio de mentalidad desde estos niveles y cambiar esos estereotipos y prejuicios que se generan hacia nuestra profesión está también en nuestras manos. 
Empezar a tomar consciencia de todos estos factores debe ser el primer paso en cada uno de los ámbitos involucrados en la educación, y para ello la colaboración e implicación de la familia en las escuelas debe ser también esencial para darle un sentido pleno a lo que desarrollamos en las aulas y que eso tenga después continuidad en el hogar de cada uno de nuestros alumnos y alumnas. 
            Sólo la verdadera concienciación e implicación de todos los agentes que constituyen el ámbito educativo, desde las altas esferas legislativas hasta la realidad concreta de cada aula y cada centro, logrará paliar y frenar muchos de los problemas con los que nos encontramos hoy en día en nuestras escuelas y, por consiguiente, en nuestra sociedad. 
Al fin y al cabo, no sólo instruimos mentes, también formamos personas.’